miércoles, 27 de mayo de 2015

PELUSA

          Desde que era pequeñito viví en ese agujero. No estaba mal del todo. A veces me mojaba porque había agua en el ambiente, algo raro que caía desde arriba y luego dejaba charquitos donde podía beber un agua fresquita pero arenosa. Tenía unos tres meses de existencia, que recordase, y siempre había estado solo. A veces veía a una familia de gatitos que dormían cerca de mi agujero. Eran de muchos colores, con los ojos muy grandes, al principio desconfiaban mucho de mí, se ve que éramos distintos, pero poco a poco se fueron acercando. El gatito sin ojo me dijo que le daba pena que yo no tuviese mamita, a mi no me daba pena, pues yo no sabía lo que era una mamita. El gatito de patas blancas decía que una mamita caza para ti, te trae comida y se eriza cuando vienen los niños malos, y así no te dejan tuerto, como a su hermanito. Hacía algunos días que no venían los niños malos. A mi me habían tirado piedras. Al principio me puse muy contento porque pensé que querían jugar conmigo, pero cuando una de ellas me dio, me dolió muchísimo, y decidí no acercarme a esos 'Salvajes', así era como les llamaba la mamita de los gatitos.

     Supe que ella se llamaba Ada el primer día que la vi. Tenía 6 años humanos y estaba agachada mirando debajo del coche donde estaba yo. No me moví, le tenía un miedo atroz, cerré los ojos mientras ella me buscaba. Mi corazón latía tan fuerte que creí que lo oiría, pensé que sería como los Salvajes y que me tiraría piedras de nuevo. Tardaba mucho en irse, o en tirarme piedras, así que abrí un poco los ojos. Allí estaba ella, mirándome, comiendo una cosa roja con un palo. Con las rodillas en el suelo.
     -¡Ada!, ven aquí, ¿que haces ahí agachada? ¿No ves que te vas a pelar las rodillas y que está todo muy sucio?
      -Hay un perro blanco, mamita.
     ¡Mamita! ella también tenía mamita. No me entraba en la cabeza, pero si el gatito tuerto me había dicho que los Salvajes no tenían mamita. Ella seguía mirándome, pero vi otros pies acercándose, alguien la ayudó a levantarse y se fueron. Al verla alejarse salí un poco de mi escondite. Su mamita la llevaba de la mano, pero Ada iba girada mirándome a mi. No me tiró piedras, pero si se llevó la mano a la boca y apretó los labios. Aún no lo sabía yo, ¿que iba a saber? Pero Ada me acababa de tirar un beso, el primero.

     Pasaron muchos días, al menos tres. Yo seguía poniéndole ojitos al carnicero de la esquina. Él al principio siempre hacía como que no me veía, pero era un humano muy bueno, quizás también tenía mamita, como los gatos y como Ada, y salía a tocarme un poquito el lomo, y siempre con algo rico que llenaba un poco mi estómago, había días que incluso podía llevarle cosas a los gatos. Entonces apareció una humana cerca de mi agujero. Olía parecido a Ada, no me acordaba bien de ella. Me miró, se agachó un poco y me llamó con la mano. La miré, no me fiaba, así que con el lomo agachado me fui acercando a mi guarida. Ella me hablaba suave.
     -No te asustes, galguito. Ven anda. 
     Oí un grito. No era un grito feo, era como nervioso, de alegría. Y vi acercarse a Ada, vestida de azul, riendo siempre, con sus patitas cortas y sus rodillas llenas de heridas, pero ella se agachó igual.
     -Es él, mamita, es mi perrito.
    Les miré desde la distancia. Ada volvía a comer otra cosa de esas redondas con palo. Olía bien, como la panadería de esa calle, deliciosa. Ada sonreía, su mamita no dejaba de hablarme.
     -Vente con nosotras a casa, bonito. Ada no ha podido dormir en todo el fin de semana pensando en ti. Hemos hecho hueco para tenerte, anda ven, prometemos quererte mucho.
      No se por qué, quizás el olor rico, o las palabras suaves de la mamita de Ada, o la sonrisa fresca de la niña, pero me acerqué despacito. Ellas me acariciaron mucho, el lomo, la cabeza, que gusto. La mamita me llevó en brazos. Estuve asustado al principio, pero Ada iba a nuestro lado cantando. Eso me tranquilizó. Entramos en un sitio blanco y muy limpio. Había un chico guapo. Me pusieron en una mesa de hierro, el chico vestía de blanco, como el carnicero, pero no tuve miedo, porque el carnicero era bueno conmigo. Me miró por todas partes, me acarició, me habló bonito. Después me mojaron con un agua y con líquidos que olían muy bien. Al principio no me gustó, pero de repente empecé a sentirme bien. Me trataron como un rey. Después estaba Ada esperándonos.
     -Hola, como no sé tu nombre, a partir de ahora te voy a llamar Pelusa. Yo me llamo Ada y esta es nuestra mamita.

     ¿Mamita? ¿yo tenía una mamita? Aún no lo sabía, pero desde aquel momento, mi vida cambió para siempre.


     Desde entonces vivo con ellas, tengo un sofá para mi y para la niña solos, siempre se pone sobre mi, o yo sobre ella, solamente nos separamos cuando ella se va por las mañanas a aprender cosas. Luego la espero y estamos juntos toda la tarde. Mi vida es maravillosa. Como cuando tengo hambre, duermo calentito, huelo bien, y me dan mucho cariño, además, yo no me canso de darles amor, pienso que cuanto más les doy, mas tengo para repartirles, que bonito es que te quieran y querer. Mi preciosa Mamita trabaja ayudando a otros como yo, les lleva al veterinario, les baña, les busca familias agradables y hace que tengan la oportunidad de ser felices, como lo soy yo, desde el día que Ada, comiendo chupa-chups, me encontró debajo de ese coche. Algunos de mis compañeros no tienen tanta suerte, por que se han encontrado con Salvajes que les han hecho mucho daño, pero Mamita y sus compañeros dicen que nunca van a dejar la lucha. 

viernes, 22 de mayo de 2015

PAJARITO

          No podía creerse que estuviese muerta. Su pajarito, su chica, su niña bonita. Hace solo unos minutos estaban dándose el beso desesperado que siempre recordaría, y ahora era un frío cadáver. La miró a través de sus ojos de agua, salados, marrones. Estaba tan guapa como siempre, aunque ahora su piel había cogido un tono azulado como las heroínas de los cuadros de Rembrandt. No quería regocijarse en su imagen de muerta, pues quería recordarla como fue siempre, jovial y llena de vida. Pero su piel suave, sus ojos cerrados y sus dedos largos y finos le hacían acordarse de cuanto la iba a amar siempre.

     Ella había pasado noche enteras velando por él, pues tenía sueños vívidos y gritaba, lloraba y deambulaba por la casa. Pero con paciencia, conseguía calmarle y se volvía a dormir como un niño. Ella se reía con la boca muy abierta y le gustaba hacerle cosquillas a él. Los domingos desayunaban en la cama con la persiana muy abierta, para ver bien a los vecinos en sus tareas domésticas dominicales, y paseaban antes de comer, después ella se estiraba en el sofá a leer y casi siempre cocinaba él, pues ella era un desastre.... El día a día era el sueño que nunca creyó encontrar, cosas sencillas que les hacían felices. 

     Le tocó los labios, dibujaban una sonrisa. Parecía dormida, como tantas veces la había mirado durante las mañanas, en manos de Morfeo, soñando que estaban de nuevo en aquel parque, cerca del Templo de Debod, donde ella le dijo que no quería morir, pero que si lo hiciese, no se iría con pesar, ya que había vivido mucho, siempre había hecho lo que le había apetecido, había viajado, leído, soñado, y un día, cuando se cansó de dar vueltas sola, le conoció a él, que se enamoró de sus alas y que alimentaba sus ganas de querer volver a seguir al viento. Pero de repente, ya no volaría nunca más.

     Hacía un mayo muy caluroso. La gente del parque había buscado la sombra, aunque algunos más valientes en bañador tomaban el sol sin miedo. Se tumbaron sobre el fular que ella llevaba y así se quedaron, cerca de dos horas, tendidos en una siesta campestre, hablando a susurros, rozándose los pies descalzos. Era el momento después de comer, donde la calma inunda el ambiente, la gente va más despacio. Los ojos de ella brillaban, unos ojos verdes preciosos, y con el paseo soleado, le habían salido muchas pecas. Sonreían los dos. Ella le tocó los labios: guapo, chico guapo. Él sonrió, las cosas habían pasado muy rápido después de ese día. Un jueves ella lloraba en la consulta, el lunes, él le gritaba al equipo médico que eran unos ineptos, inútiles y juraba denunciarles a todos. Tres semanas más tarde llegaron los vómitos, las diarreas, y solo un mes después, no tenía ni fuerzas para levantarse de la cama. Dormía casi todo el día. Y él lloraba, tirado en el suelo, enjuagando sus lágrimas con la ropa de cama, viendo a su pajarito sufrir. No habían llegado a agosto todavía, aún no habían pasado ni los tres meses de la cuenta atrás de la que le habían hablado los médicos, los entendidos que en realidad no entendían nada, ella le acariciaba la cabeza mientras le decía; no quiero morir echando el estómago por la boca. Aún él tardó más de tres días en aceptar el trato. Ella le había hablado al principio con dureza, después suave, con cariño, acariciando las palabras. Durante esas 72 horas, estuvo pensando a una velocidad impresionante, no se creía lo que ella le pedía, la amaba demasiado; si tanto me amas, hazlo, por favor. La miraba mientras vomitaba, le sujetaba el pelo. Sangre, fluidos negros, mas sangre. ¿Es así como quieres que termine? Le dolía la cabeza, de tanto pensar, nunca podría hacerle daño a su pajarito, pero tampoco podría verla apagarse así. Le limpió la cara, le acompañó a la cama, arregló la ropa de cama con ella dentro. Había perdido casi 20 kilos en menos de dos meses, su aspecto cansado, enfermizo y abatido no había perdido la sonrisa. La amaba más que a nadie, por eso le juró que lo haría, como símbolo de su amor. Ella le dio las gracias en voz muy baja y le hizo un hueco a su lado en la cama para permanecer abrazada a él durante toda la noche. 

     Había llorado ese día más que nunca. Ahora ni podía moverse. No podía mantenerse en pie, no podía más. Sabía cual era el siguiente paso, el peor, el más duro. Comprendió que eran las fuerzas de flaqueza; una garra que salió de su interior, que se subió por sus brazos, le obligó a volver a besarla, a decirle que la amaba, que no la olvidaría jamás, y después de eso a empujar el émbolo de la jeringuilla y poner el punto y final.

lunes, 18 de mayo de 2015

BLANCO


          Al principio me pareció un ángel. Ella me levantó del suelo y me secó las lágrimas, y me besó en la frente, y me ayudó a meterme en la bañera más grande que yo había visto, y me envolvió en una toalla suave. Me acariciaba el pelo con sus manos rechonchas cargadas de anillos. Me abrazó contra sus pechos grandes y me habló con voz clara y susurrante. Consiguió calmarme el llanto. Todos son iguales, me dijo. No seas confiada con ellos, niña, tu has de ser mas lista. Me habló de las mujeres, del poder que tenían, me habló de olvidar a los hombres como hombres, de fijarse sólo en lo que valían, de la libertad de andar sola por la vida. Me dijo que si yo no quería no tendría que soportar una paliza más, ningún desengaño que volviese a partirme en el corazón. La escuché porque no tenía nada, y lo más importante, no tenía a nadie. Ella había aparecido de la nada y me tendió su ayuda, su bañera, su calor. Se puso frente a mi, me miró con aquellos ojos negros cargados de maquillaje: tu y yo podemos reírnos de los hombres. Y me dejó quedarme en su casa, y me metió en una cama grande y tibia, y se me quitó el frío, y vigiló mi sueño, y dormí tranquila, y desperté renovada, y más guapa, y más feliz, y más libre, al menos eso creí. Ella era la única persona que me había tratado buen, y por eso me peleaba con el resto de las chicas cuando la llamaban bruja, pero poco después, vi su verdadero rostro; ella era el demonio.

     La primera vez fue unas noches después de recogerme en la calle, me lo pidió como un favor personal, un amigo, que se sentía solo, que necesitaba el mismo calor que ella me dio. Que por favor le preparase un baño caliente y le diese un abrazo de consuelo, pero no. Fue todo muy rápido. No me habló, siquiera me miró. No me hizo daño, pero todo fue humillante. Me tiró un puñado de monedas al suelo y salió sin despedirse. Me miré al espejo, despeinada y con las monedas en la mano, estaba tan avergonzada que ni llorar podía. Después de él llegaron más amigos, y después otros que ni siquiera eran conocidos. Un día me sentí fuerte y me atreví a hablarle, ella sonrió y me dijo que me dio ánimo cuando no lo tuve, energía cuando no podía siquiera levantarme del suelo, que me entregó su casa cuando yo no tenía techo, que sus manos lavaron mi cara y mi pelo, que siempre me daba dinero para vestidos bonitos, que en su mesa jamás faltaba un plato para mí, que ella en persona guardó mis sueños cuando sólo me visitaban las pesadillas, entonces yo no supe que contestar, y me di cuenta de todo, y vi que su cariño era falso, que ya nadie podía romperme el corazón, porque ya no tenía, que había caído en un círculo vicioso del que nunca iba a salir, y me miré el cuerpo y no me reconocí, y me sentí sucia y fea. Y esa sensación se repitió al día siguiente, y al otro, y al otro, y todos los días de mi vida, y ya nunca he vuelto a sentirme bien, porque la felicidad tiene la entrada prohibida en esta casa.