miércoles, 7 de junio de 2017

ROJA

Había una vez, en un mundo muy lejano, el bosque más espeso de todos los bosques existidos y de todos los bosques que existirán jamás. Ocupaba todas las afueras de ese pueblo y parte de los pueblos colindantes. Los árboles que allí se encontraban eran del verde más oscuro y sus troncos, fuertes y nudosos, eran de las tonalidades marrones más opacos y tristes. La maleza era alta y salvaje y, al adentrarte, te envolvían miles de sonidos extraños procedentes de animales y plantas. Tan sólo las ranas y algún lagarto salían de las charcas, pero el agua negra y mansa hacía adivinar que era la cuna de aún animal más grande...no existía trazo alguno de senderos o caminos, sólo un poco de arena que se perdía en la profundidad. Si las pesadillas tuviesen hogar, sin duda sería ese, donde habitarían los sueños más terribles. Ogros, druidas, brujas, dragones, nadie sabía los horrores que allí dormían. Nadie de las cercanías del bosque se  había atrevido a cruzarlo, ni siquiera a plena luz del sol, sólo un día, hace siglos, se adentró una niña de siete años.

Ellla vivía en una casita color blanco situada en la llanura, cerca de la ladera de la montaña más alta y rocosa. El tejado era rojo y caía en forma de V sobre la fachada inmaculada. Un caminito de grava gris comunicaba la casita con la carretera central. A Ella siempre le había gustado pasear por los alrededores de la colina. Delante de su casa se extendía un prado de hierba, inundado de olor a flores y salpicado por el olor de éstas. A veces se tumbaba y se dejaba envolver por los aromas, y se quedaba medio dormida, despertando perfumada de jazmines. Siempre le había encantado recoger un ramo de violetas y mezclarlas con la amapolas y los narcisos, para después alegrar los jarrones tristes de casa de su abuelita. Ella siempre llevaba el cabello recogido en dos trenzas doradas, pero como desde ese mismo día había decidido que no volvería a ser la misma, se soltó el pelo que le cayó en la espalda como una cascada de cerveza rubia y espumosa. Llevaba siempre una capa hecha por su abuelita en un llamativo color rojo que, en su infancia, la hizo la niña más famosa de toda la comarca, y ese tierno detalle sería lo único que conservaría de su vida anterior.
Esa mañana brillaba más el sol, su pelo tan rubio y sus ojos tan celestes como el día más claro, desprendían algo especial. Se puso carmín en los labios de su tono fetiche, el rojo. Máscara de pestañas para enmarcar sus ojos y se miró al espejo. Parecía mayor, aunque la verdad es que había pasado mucho tiempo desde entonces. Seguía conservando la misma carita de ángel, pero es cierto que ahora era una mujer que había leído mucho, y tenía muchas ganas de vivir...Pensó en lo que le depararía el destino al morir el día. Se le aceleró el ritmo del corazón y sus labios pintados de rojo, dibujaron una amplia sonrisa. Con los dedos se atusó un poco el pelo, cogió la cestita de mimbre en la que llevaba un par de manzanas, un poco de dinero que había conseguido ahorar y su libro favorito de Virginia Wolf, decidida, salió al negro bosque, emprendiendo el lago camino que la llevaría hasta Él.

Caminó mucho rato  entre matorrales y árboles inmensos, recogiendo flores blancas y amarillas; unas campanillas, dientes de león, con la misma inocencia que lo hiciera cada mañana de verano cuando de niña atravesaba esos campos malditos  para visitar a su abuela, que tenía la eterna enfermedad del sueño. Se paró junto al lago, sonrió levemente. Allí, entre las rocas llenas de musgo y escuchando de banda sonora el ruido del agua al caer de la cascada, conoció a su gran amigo Eliot Lobo, con tremenda ternura y grandes ojos verdes, que jugaba a asustarla entre robles y álamos. Su amigo, que la hacía corretear entre sauces para luego ayudarla a encontrar las moras más sabrosas del lugar. 
Nunca supo muy bien que fue de ese simpático chico que quería engañarla mostrándole siempre el camino más largo. Ella se reía muchísimo con él, pues nadie mejor que la rubia niña conocía aquel bosque y sabía a la perfección que llegaría con mucho más retraso que él, pero le divertían las tonterías de Lobo, y se hacía la ignorante eligiendo el camino que él le mostraba para luego dárselas de veloz e inteligente. Muchos y largos días pasaron juntos, riendo, contando cuentos, jugando al trivial con la abuelita, comiéndose fichas del parchís y devorando pastelitos de frutas silvestres que él recogía para la abuelita que los hacía tan mmmmaravillosamente como ella sabía, y tan dulces que se terminaban todos la misma tarde y después se tenían que tumbar los dos panza arriba en el prado de las flores porque les dolía la tripa. Juntos jugaban alrededor del río, corrían por la predera y soñaban despiertos tirados en los campos de lavanda.
-Pide un deseo.
-Deseo...¡huy!, no sé, que difícil.
-Algo que desees de verdad, algo muy importante.
-Desep ser siempre una niña de siete años para poder jugar contigo, que nada nos separe jamás. Deseo recorrer el mundo. Deseo comer pastelitos cada día. ¿Y tú, Eliot, que realmente deseas?
-Deseo dejar de ser el malo siempre. Quiero ser bueno en algo, quiero que cuando me miren digan: Eh, ahí va ese chico, si que es importante. No como dicen continuamente: Eh, ahí va de nuevo ese niño mal criado, ¿sabes lo último que ha hecho?
A ella le daba un poco de pena Eliot, él no se portaba mal, solo lo hacía para que ella se divirtiese, como cuando tiraban petardos dentro de las latas y hacían un ruido tremendo, era sin mala intención...Eliot le transmitió sus ganas de volar lejos, su libertad...Suspiró, ¿sería cierta la historia que se comenta en el pueblo de que Eliot dejó su tierra para convertirse en un gran actor de carácter? Ella no lo sabía, nunca estaba comunicada con el exterior, pero deseó con fuerza que así fuera, lo había pedido muchas veces al universo, y que Eliot Lobo se encontrase bien, que su sueño sí se hubiese hecho realidad, después de todo fue su primer amor...
Con la dulce alegría que se siente al recordar un amor tierno que ya ha pasado, emprendió de nuevo el camino dejando lejos el bosque de las pesadillas, ella ya estaba más cerca de sus sueños.
Hacia las doce del medio día acabó el bosque, el río y todo, parecía que había llegado al confín del mundo, y quizás lo fuera, el confín de su mundo, de un mundo ya conocido y aburrido que no le aportaría nada en el futuro, pero no de los demás mundos. No era el fin, era otro inicio. Se apoderó de ella una sensación extraña, de velocidad, de querer conocer el otro extremo. Cruzó con esperanza la frontera, la misma que tantas veces había observado con Eliot durante horas. Nunca sabía que iba a encontrarse uno después de pasar ese horizonte (porque en esa casa eran muy desordenados y siempre dejaban los cuentos en estanterías distintas, sin orden ninguno...)
De repente se encontró en otro lugar soleado, pero con otra luz distinta a su mundo y sus praderas, caminó por un jardín bien cuidado que parecía eterno, sintió un poco de frío. Nada de lo que veía alrededor le sonaba, todo era nuevo. Se apresuró por marchar por aquel mundo, quería llegar antes de las seis a su mundo, quería llegar antes de las seis a su destino. Los árboles estaban podados, las plantas eran frutales y, de cuando en cuando, un conejito o ardilla curiosa, se cruzaban en su camino paseando sin miedo bajo el sol primaveral y brillante. Olía a pinos y se escuchaban ruiseñores. Se encontró de repente pisando un camino embaldosado de color amarillo chillón. Siguió adelante pensativa, recordando lo que Eliot le contaba cuando curioseaba por otros mundos, pensó y pensó, un camino amarillo, un camino embaldosado en amarillo, un camino...¡de baldosas amarillas!!
-¡El Mago de Oz!!- sabía que era ese cuento, pues al final de unas montañas repletas de girasoles aparecieron los picos verdes y brillantes de la Ciudad Esmeralda. Se entusiasmó, Eliot le había contado la verdad, los bosques del mundo del gran Mago estaban mejor cuidados que los de cualquier otro mundo, y el sol era eterno.
Una niñita vestida de azul se cruzó con ella e inclinó la cabeza a modo de saludo. La miró mientras se alejaba, llevaba un precioso cabello castaño recogido en dos trenzas sujetas por lacitos, junto a sus pies pequeñitos calzados por unos zapatitos rojos y deslumbrantes, un perrito negro y marrón ladraba alegremente al compás de las pisadas sobre los baldosines. ¡Dorothy!, eran Dorothy y Totó, los recuerdos de Eliot contándole las aventuras de esa niña y sus amigos le dieron impulso para querer lanzarse a correr hacia la ciudad para charlar con ella, preguntarle por el Espantapájaros,si era cierto que ahora tenía dos carreras, que era abogado y médico, si el León había ganado los mundiales de waterpolo con su equipo, del que era capitán indiscutible, y si el nuevo amor del Hombre de Hojalata era aquella vedette tan famosa. Si era cierto que la Bruja del Este se había enrolado en un barco pirata, si ella era la presidenta de la asociación animalista que protegía los derechos de todos los peluditos de esos mundos,...pero recordó que no debía perder el tiempo, pues tendría que llegar junto a Él antes del anochecer y partir lejos. Se consoló pensando que a partir de ahora tendría mucho tiempo para viajar, conocer lugares nuevos, nuevas historias, nuevos sentimientos. Eliot le dijo que viajar era como leer, pero sin tener escrito el desenlace final. 
De nuevo la maleza se hizo más espesa, más oscura y descuidada. Allí vio otro horizonte, de nuevo la embargó el sentimiento de ansiedad. Cruzó la frontera con la misma mezcla de curiosidad y miedo con la que había traspasado la primera.
Al poner los pies en el otro nuevo mundo, sintió tranquilidad y paz. Algo muy adentro le hizo saber que todo estaba bien, al fin había llegado, pero aún quedaba algo de camino por delante. Miró el paisaje que la rodeaba. Mientras caminaba mordisqueaba una manzana, parecía un desierto habitado, con casa blancas y bajas hechas de arenisca blanca, tejados redondos y la poca vegetación eran palmeras solitarias. Le dio pena, a Ella que le gustaba tanto pasear entre naranjos...balanceó un poco la cestita en su mano y siguió caminando sin perder detalle alguno del pueblo donde había nacido su enamorado.
Pensó de nuevo en Él, en su coincidencia absurda en casa de Blanca Nieves, en la sonrisa que Él le dedicó, en su larga charla sobre la vida, los sueños, el destino, que Él creía que no existía, y Ella que sí, que todo estaba escrito arriba, en las estrellas, y el viento nos chivaba a veces lo que iba a pasar, había gente que entendía el lenguaje del viento, como los caballos, Él le miraba mientras hablaba, le hacía preguntas,..qué distinto era de los otros hombres que Ella conocía, que te hablaban sin mirar y generalmente hacían ver que te escuchaban pero a veces ni te oían...Aquel día estaban todos reunidos porque Blanca anunció a todos que se casaba con Batman, estaba tan entusiasmada...lástima que su romance fuera sólo pasajero y que ella se cansara muy pronto y se fuese a recorrer el mundo cuando quedó prendada de los exóticos encantos que le ofrecía Phileas Fogg. Ya a ella le daba igual, tenía su corazón lleno de amor y tan sólo quería vivir las aventuras que le ofrecía la vida junto a ÉL, aquel chico extraño y misterioso que la cautivó en la casa de los Siete Enanitos.
Sin darse cuenta, ensimismada en sus pensamientos, llegó al centro del pueblo recordando el dulce primer beso de aquellos labios prohibidos. Había mucha actividad, parecía que era día de mercado. Aunque le atraía la idea de mezclarse con la muchedumbre de Nazaret, hoy ya no había tiempo, tenía que buscarle, estaba ansiosa por abrazarle y decirle una vez más que le quería. Buscó con la mirada alguien amigable a quien preguntar dónde podría encontrarle. Sabía que no era un pueblo muy grande y que Él y sus amigos eran conocidos, sobre todo su amigo Chus, un hippie extraño y místico, un buenazo ecologista que montaba patrullas verdes para limpiar el pueblo...
-Buenas tardes, señor mercader, estoy buscando a unos amigos.
El hombre la miró, seguramente se sorprendió del color de su pelo, el de sus ojos y el de su piel, tan distinto a los del resto de personas que por allí se veían, le sonrió:
-Muy buenas tardes, ¿eres extranjera verdad?
-Si señor, soy de otro mundo y ando buscando a unos amigos. Ellos son un grupo excursionista y tengo entendido que paran por estas tierras. El jefe de expedición se llama Jesús, según creo, es el hijo del carpintero.
-Ah, sí, por supuesto, Chus, Juanito, Simón, el chico ese de Hacienda, Pedro,...son diez o doce, muy tranquilos y muy limpios, eso sí, y bien educados, no como los romanos que lo dejan todo hecho un asco cuando vienen a ver los partidos de fútbol...A ellos les va el rollo de la ecología y eso. Muy majos, de verdad. Mire, señorita, saliendo del pueblo se encontrará el río Jordan, por allí hay una caseta de madera, es la tasca de los marineros. Juanito es pescador, y los chicos van allí a reunirse con él. Muchas son las tardes que Chus da allí charlas sobre reciclar, aunque yo ya tengo en casa la basura clasificada, la verdad es que no cuesta nada separar el cartón, los plásticos y los vidrios de la materia orgánica....
Aunque sintió mucho cortarle, ya que estaba encantada con lo bien que hablaba la gente del pueblo de los amigos de su enamorado, tenía que ir enseguida, antes de tres días les esperaba el Capitán Nemo para cortar los mares con la espada del océano, el submarino más moderno de todos los cuentos, y recorrer toda la costa de la India, aventuras....
Llegó al río, y no le hizo falta ni preguntar, pues dio con la taberna nada más llegar. Era una caseta de mediano tamaño, hecha de madera de roble, ya corroída y fea por el ambiente húmedo. Había algunos hombres a la entrada del bar y se quedaron mirándola. Ella, decidida, empujó la pesada puerta y entró en el salón. Reinaba la oscuridad y el ambiente estaba cargado de humedad. Ninguno de los presentes pareció advertir que la mujer había llenado el local con su presencia. Ella, en el centro, paseó los ojos por entre los presentes, en una mesa rodeada de gente vio a Chus y a Juanito, inclinados sobre la mesa, señalando un gran papel con un mapa de reciclaje. Estaban todos, menos Él. Se acercó despacio. Chus levantó la cabeza, le miró con sus grandes ojos miel, sonrió, todo va a ir bien, le dijo a su corazón con su mirada tranquila. Ella le devolvió la sonrisa, se acercó despacio, pero antes de que pudiese preguntar por Él, notó un calor familiar a la espalda. Las pupilas de Chus se dilataron, a Ella se le erizó el vello de la piel, se hizo el silencio en la taberna, olía a inciensos, se dio la vuelta. Frente a Ella había un joven alto, fornido, de ojos negros como el azabache y pelo rizado y oscuro como la noche en pleno mar. Sus labios finos sonrieron levemente, antes de estrecharla en sus brazos le dijo:
_Sabía que vendrías, eres una valiente.

Pasó un poco más de una hora antes de que volvieran a ponerse en marcha, esta vez, juntos. Él se despidió de sus amigos, pasarían muchos meses antes de volver a verles, pero Él estaba decidido, se había contagiado de la valentía de Ella. La vida era así, nadie quería que estuviesen juntos, pues se escapaban para vivir, para sentir, a parte de todo, lejos de las barreras inexistentes que se empeñaban en crear los que les rodeaban. Ella, una mujer joven de pueblo, no podía soñar con volar, Él, un chico independiente y gamberro no podía enamorarse de Ella. Pues se fugaban, primero la India, después Las maravillas, allí donde su amiga Alicia era feliz, tres estantes más arriba, donde se olvidan los libros, donde nadie alcanzaba, descansarían para después seguir viviendo el mundo. Se dieron la mano en total anarquía y salieron cogidos, preparados para un camino que no sería faćil, pero con la confianza que uno tenía en el otro guardada en el bolsillo. Antes de cruzar la frontera que les separaba del próximo cuento, estaba el muro donde siendo niños, Chus, y los demás chicos, jugaban al balón prisionero. Él se acercó y leyó los nombres que los niños escribieron años atrás rayando la pared con tiza; Pedro, Simón, Mateo, Pablo,...y así los trece. Él sonrió con tristeza, Ella se acercó y le dio un beso en la cara con todo el cariño que tenía.
-Nadie dijo que dejarlo todo fuese fácil.
La abrazó y le rozó con los labios la frente, era cierto, no era fácil, pero tampoco iba a echarse atrás, cogió del suelo un trozo de piedra y pintó a la pared como un niño enamorado: Judas ama a Caperucita. Se miraron y sonrieron, entonces comprendió por qué lo dejaba todo: por Ella. Ella era su centro, su sonrisa le iluminaba, su inteligencia le tenía fascinado, se sonrojaba de pensar que una persona tan inteligente podría estar por Él. Se lo decía y Ella se sonrojaba tanto que no se le veían las pecas. La volvió a tomar de la mano y juntos cruzaron la frontera sin mirar atrás. FIN